“No existe edad para aprender”. A sus 92 años Fortunata Huanca empezó a alfabetizarse, a sus 95 años lamenta no seguir aprendiendo por los achaques de la edad.
Nació, según refieren, el 1921 en una pequeña población del altiplano paceño cerca del lago Titicaca. Después de haber dejado casi toda su vida en los surcos de la chacra de papa, oca, habas y otros productos de la agricultura altiplánica, a sus 95 años se ve pequeña y encorvada, pero vivaz y con ansias de aprender todo lo que el analfabetismo le ha negado en casi un siglo de vida.
Nunca fue más cierto el viejo dicho popular que reza “no existe edad para aprender”, doña Fortunata Huanca es ejemplo viviente de voluntad y determinación para salir del enclaustramiento de la ignorancia formal a pesar de la adversidad, a sus 92 años de vida durante la gestión 2012 se incorporó al programa de Alfabetización “Yo puedo”, emprendido por el Ministerio de Educación.
Las nuevas necesidades de sus ocho hijos y su limitada economía la llevan a la ciudad de El Alto en busca de oportunidades para su familia, actualmente vive casi sola, en la precariedad de una casita en zona Mariscal Sucre, calle Florida, a casi dos horas de viaje desde la denominada Ceja en esa ciudad.
Su edad y el haber quedado al cuidado de una de sus hijas, que la acompaña sólo dos días en la semana, no han impedido que reclame su derecho de acceder a la escolarización, su derecho de aprender a leer y escribir tal como establece la Constitución Política del Estado (CPE) Art. 84, donde se propone “erradicar el analfabetismo” en la lectoescritura.
“Quiero seguir aprendiendo pero ya no escucho bien. Me da pena, ya no puedo ir desde que he caído a un hueco y mi pie me duele, no tengo quien me lleve…” lamenta Fortunata que, a sus 95 años, ve frustrado su deseo de seguir aprendiendo. “Pero sigo haciendo tareas…” dice entusiasta.
A iniciativa del vecindario de la zona Mariscal Sucre se construyó la “Auqui Uta”, la casa del abuelo, que luce inconclusa con un galpón con una lata vieja por puerta, ventanas sin protección, menos vidrios, donde los viejitos deben soportar el frio altiplánico, un plástico transparente con papel de empaque por debajo como pizarra improvisada, bloques de adobe y algunas piedras por pupitre. Ese es el lugar donde Fortunata Huanca y sus compañeros abuelos comparten la experiencia de aprender a leer y escribir.
La incomodidad de no contar con una mesa y sillas, nunca afectaron su empeño para asistir a las clases de los sábados por la tarde y el cumplimiento de las tareas en el cuaderno de escritura y lectura básica.
Fortunata dice recordar lo que aprendió, pero a sus 95 años se le hace difícil adquirir nuevos conocimientos, su memoria ha disminuido, los achaques y un pie afectado por una caída la dejan rezagada. Sin embargo, aún se esfuerza en repasar lo aprendido.
El programa de alfabetización para adultos mayores que se realizaba en la “Auqui Uta” hasta el 2014 estaba a cargo de cuatro profesores del servicio de educación fiscal, una de ellas Hilda Condori la maestra de Fortunata, quien afirma haber compartido una maravillosa experiencia de haber aprendido de la sabiduría de la vejez al compartir enseñando lectura y escritura.
Recuerda la profesora Hilda Condori cuando conoció a Fortunata, el año 2012 a sus 92 años, como una persona vivaz, amable pero con miedo de enfrentar nuevas vivencias, cargando la soledad de la vejez y pocas palabras en castellano. Pero quería aprender a leer y escribir.
A pesar de ser el aymara su lengua originaria y no haber conocido otra forma de expresión verbal, Fortunata ha aprendido a escribir su nombre y a firmar en castellano, a reconocer los recibos de luz, agua, y gas domiciliario, a contar y sumar números naturales, recursos que actualmente le son de mucha utilidad al momento de hacer sus cuentas en la soledad de su vejez y en un contexto social que exige mucho más sin miramientos por la edad.
“Ya no tengo fuerzas para caminar ni trabajar, me siento mal, me estoy curando, estoy viejita ya no salgo a la calle”, lamenta Fortunata.
En un gesto de desprendido cariño y admiración por la entereza de la anciana, la profesora Hilda Condori durante un año asistió a la casa de Fortunata para continuar con su labor de alfabetización. Pero, el ciclo del programa educativo a su cargo, penosamente, ha concluido y por otra la salud de Fortunata ha decaído.
“Quiero seguir aprendiendo pero ya no escucho bien. Me da pena, ya no puedo ir desde que he caído a un hueco y mi pie me duele, no tengo quien me lleve... Pero sigo haciendo tareas”, lamenta Fortunata que a sus 95 años ve frustrarse su deseo de seguir aprendiendo.
Con el grupo de adultos mayores alfabetizados de la zona Mariscal Sucre se ha logrado avanzar las vocales, monosílabas, bisílabas un poco de trilíteras, este aprendizaje básico le ha permitido a Fortunata como a otros abuelos de su curso darles más seguridad para vivir.
“Ella era muy activa alegre, traía sus tareas se acercaba a los profesores de otros grupos les pedía que le enseñen más. Su problema ahora es su edad no puede caminar, ya no escucha ni puede ver bien por la edad”, comentan Catalina de 82 años y Onofrio de casi 80 años, quienes en su tiempo libre durante la siembra y cosecha de papa cumplen con la tarea escolar.
Si bien el proceso de alfabetización para adultos mayores iniciado por el Ministerio de Educación ha concluido en la zona Mariscal Sucre, se han abierto nuevas expectativas de continuar este trabajo mediante instituciones de beneficencia.
Fortunata Huanca tal vez ya no pueda volver a participar de esta experiencia y aprender más como aún quisiera, pero abuelos como Catalina y Onofrio podrán llegar a los 95 años leyendo y escribiendo en castellano como sueñan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario