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lunes, 16 de mayo de 2016

Fortunata, a los 92 años, aprende a escribir y enseña a vivir, por Marianela Mercado N.

“No existe edad para aprender”. A sus 92 años Fortunata Huanca  empezó a alfabetizarse, a sus 95 años  lamenta no seguir aprendiendo por los achaques de la edad. 


Nació, según refieren, el 1921 en  una pequeña población del altiplano paceño  cerca del lago Titicaca.  Después de haber dejado casi toda su vida en los surcos de la chacra de papa, oca, habas y otros productos de la agricultura altiplánica, a sus 95 años se ve pequeña y encorvada, pero  vivaz y con ansias de aprender todo lo que el analfabetismo le ha negado en casi un siglo de vida.

Nunca fue más cierto el viejo dicho popular que reza “no  existe edad para aprender”, doña Fortunata Huanca es ejemplo  viviente de voluntad y determinación para salir del enclaustramiento de la ignorancia formal a pesar de la adversidad, a sus 92 años  de vida durante la gestión  2012  se incorporó al programa de Alfabetización “Yo puedo”, emprendido  por el Ministerio de Educación.

Las nuevas necesidades de sus ocho hijos y su  limitada economía la llevan a la ciudad  de El Alto en busca de  oportunidades para su familia, actualmente vive  casi sola, en la  precariedad de una casita en zona Mariscal Sucre, calle Florida, a casi  dos horas  de viaje desde la denominada Ceja en esa ciudad.

Su edad  y el haber quedado  al  cuidado de una de sus hijas, que la acompaña sólo dos días  en la semana, no han impedido que reclame su derecho de acceder a la escolarización,  su derecho de aprender a leer y escribir tal como establece  la Constitución Política del Estado (CPE) Art. 84, donde se propone “erradicar  el analfabetismo”  en la lectoescritura.

“Quiero seguir aprendiendo  pero  ya no escucho bien. Me da pena, ya  no puedo ir desde que he caído a un hueco  y mi pie  me duele, no tengo  quien me lleve…”  lamenta Fortunata que, a sus 95 años, ve frustrado su deseo de seguir aprendiendo. “Pero sigo haciendo tareas…”  dice entusiasta. 

A iniciativa del vecindario de la zona Mariscal Sucre se construyó la  “Auqui Uta”, la casa del abuelo, que luce inconclusa con un galpón  con una lata vieja por puerta, ventanas sin  protección, menos vidrios, donde los viejitos  deben soportar el  frio altiplánico,  un plástico  transparente  con papel de empaque  por debajo como pizarra improvisada,  bloques de adobe y algunas piedras  por pupitre. Ese es el lugar donde  Fortunata Huanca  y sus compañeros abuelos  comparten la experiencia de aprender a leer  y escribir.

La incomodidad de  no contar con una mesa y  sillas, nunca afectaron su empeño para asistir a las clases de los sábados por la tarde y el cumplimiento de las tareas en el cuaderno de escritura y  lectura básica. 

Fortunata dice recordar lo que aprendió, pero a sus 95 años se le hace difícil  adquirir  nuevos conocimientos,  su memoria  ha disminuido, los achaques y un pie afectado  por una caída  la dejan rezagada. Sin embargo, aún se esfuerza en repasar  lo aprendido.

El programa de alfabetización  para adultos mayores que se realizaba en la “Auqui Uta” hasta el  2014 estaba a cargo de cuatro profesores del servicio  de educación fiscal,  una de ellas Hilda Condori la maestra de Fortunata, quien afirma haber compartido una maravillosa experiencia de haber aprendido de la sabiduría de la vejez al compartir  enseñando  lectura y escritura.

Recuerda la profesora Hilda Condori cuando conoció a Fortunata, el año 2012 a sus 92 años, como  una persona vivaz, amable pero con miedo de enfrentar nuevas vivencias,  cargando la soledad de la vejez  y pocas palabras en castellano. Pero quería aprender a leer y escribir.

A pesar de ser el  aymara su lengua originaria y no haber conocido otra forma de expresión verbal, Fortunata   ha aprendido a escribir su  nombre y  a firmar en castellano, a reconocer los recibos de luz, agua, y gas domiciliario, a  contar y sumar números naturales, recursos que actualmente le son de mucha utilidad al momento de hacer sus cuentas en la soledad de su vejez  y en un contexto social que exige mucho más sin miramientos por la edad. 

“Ya no tengo fuerzas para caminar ni trabajar, me siento mal, me estoy curando,  estoy viejita ya no salgo a la calle”, lamenta Fortunata.

En un  gesto de desprendido  cariño  y admiración por la entereza  de la anciana,  la profesora Hilda Condori durante  un año asistió a la casa de Fortunata para continuar con su labor de alfabetización. Pero, el ciclo del programa educativo  a su cargo,  penosamente, ha concluido y por otra la salud de Fortunata ha decaído. 

“Quiero seguir aprendiendo  pero  ya no escucho bien. Me da pena, ya  no puedo ir desde que he caído a un hueco  y mi pie  me duele, no tengo  quien me lleve... Pero sigo haciendo tareas”, lamenta Fortunata que a sus 95 años ve frustrarse su deseo de seguir aprendiendo.  

Con el grupo de adultos mayores  alfabetizados de la zona Mariscal Sucre se ha  logrado avanzar  las  vocales,  monosílabas,  bisílabas un poco de trilíteras,  este aprendizaje básico le ha permitido  a Fortunata como  a otros abuelos de su curso darles más seguridad para vivir. 

“Ella era muy  activa alegre,  traía sus tareas se acercaba  a los profesores de otros grupos  les pedía que le enseñen más. Su problema ahora es su edad no puede caminar, ya no escucha  ni puede ver bien  por la edad”, comentan Catalina de 82 años  y Onofrio de casi 80 años, quienes en su tiempo libre  durante la siembra y  cosecha  de papa  cumplen con la tarea escolar. 

Si bien el proceso de alfabetización para adultos mayores  iniciado por el Ministerio de Educación ha concluido en la zona Mariscal Sucre, se han  abierto  nuevas expectativas de continuar este  trabajo mediante instituciones  de  beneficencia.  

Fortunata Huanca  tal vez ya no pueda  volver a participar de esta experiencia y aprender más como aún quisiera, pero abuelos  como  Catalina  y Onofrio podrán llegar a los 95 años  leyendo y escribiendo en castellano como sueñan.

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