El ex magistrado fue suspendido de sus funciones del Tribunal Constitucional en 2014 y ese mismo año el Gobierno vulneró su derecho a la privacidad de su salud. Ahora, su vida es “luchar, luchar y luchar”.
Por la noche, después del anuncio, Gualberto Cusi no podía dormir. La única idea que agobiaba su mente era la posibilidad de terminar con todo. Sus principales miedos: que la gente al conocer su enfermedad hable mal de él y que su proyecto de vida se frustre, estaban muy cerca. Si bien no sabía con precisión si se encontraba en el cuarto o quinto piso, miraba las ventanas de su habitación del Hospital de la Caja Petrolera y calculaba si la caída de una de ellas sería mortal.
Ese lunes 22 de diciembre de 2014, el ministro de Salud, Juan Carlos Calvimontes, informó, en conferencia de prensa, que el entonces magistrado suspendido del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) tenía VIH, noticia difundida por todos los medios de comunicación y en las redes sociales.
Esa información fue criticada por muchas personas e instituciones de derechos humanos por vulnerar la Ley 3729, que garantiza que ese dato se mantenga en reserva inclusive después de la muerte del paciente. Aun así, el presidente Evo Morales respaldó a Calvimontes y justificó que la medida pretendía evitar que el personal de salud del nosocomio, que ignoraba del mal que aquejaba al ex magistrado, se contagie.
En los siguientes días, gracias al apoyo de sus amigos y médicos, la idea del suicidio se disolvió en la cabeza de Cusi, quien estaba hospitalizado por cuarta vez a causa de una tuberculosis ganglionar, que arrastraba más de un año.
Cuando Cusi —moreno, anteojos sobre la mitad de la nariz, sombrero negro de ala ancha— recuerda esa etapa de su vida se pone un poco nervioso y un color rojizo suave invade sus ojos, sin embargo, su voz sigue apacible y segura.
Tras salir del hospital, muchas personas se solidarizaron con él. Otras, cuando pasaban cerca suyo —si es que lo hacían y no desviaban sus pasos al verlo—, escupían cerca a sus pies. En ese entonces, a Cusi esas actitudes, al contrario de lo que creía cuando se enteró de su enfermedad, no le afectaron tanto. Pero ahora, a más de un año del hecho, siente los efectos.
—La verdad en ese momento no sentía tanto, quizás estaba envalentonado, pero ahora siento esos actos atentatorios contra mi vida—, dice don Gualberto, aymara de 50 años nacido en la comunidad Jilatiti Qullana del Ayllu Chama de Jesús de Machaca de La Paz.
Cree que el objetivo del Gobierno, al develar su enfermedad en una sociedad que aún ve con mucho tabú y discriminación el VIH/SIDA, era desprestigiarlo porque su popularidad subía a partir de su disidencia.
–El hecho de divulgar mi situación de salud ha sido mi muerte civil— afirma, tras terminar de almorzar en un restaurante de El Alto, ciudad donde vive hace más de 10 años.
Desde su suspensión del TCP, se presentó a varias convocatorias laborales tanto de universidades como de entidades del Estado pero no tuvo suerte y actualmente está desempleado, aunque a veces da clases en la Universidad Pública de El Alto, pero dice que no es un trabajo seguro.
—De frente la gente no me dice nada, pero yo sé que entre ellos generan una corriente de lo negativo de mí, principalmente la gente del MAS y otra, que no conoce la temática y me hace a un lado en todo—, explica.
La falta de trabajo poco a poco afecta su economía, pues sus ahorros ya se le acaban y con el poco dinero que tiene no puede cubrir la alimentación reforzada que requiere para combatir su enfermedad.
Hasta la imprudencia del Ministro, quien luego asumió la dirección de la Caja Petrolera, nadie del entorno de Cusi, con excepción de un amigo, sabía sobre su enfermedad. Para su familia, principalmente, para su madre de 94 años fue un golpe que tardó en asimilar algunos días y desde ahí fue un apoyo indispensable para don Gualberto.
—Mamá es mamá, yo ese momento valoré lo que es una mamá. Ella te entiende, te acepta como eres —dice y presiente que su progenitora no almorzará hoy hasta que él llegue a casa.
De autoridad judicial a víctima
Cusi, —quien durante su gestión siempre vestía poncho rojo y una bufanda color tierra— fue uno de los magistrados más polémicos del TCP debido a sus declaraciones, muchas veces críticas al Gobierno. Fue el primer magistrado que denunció injerencia del Ejecutivo y del Legislativo en el Sistema Judicial. Tras sus aseveraciones, en 2014, él y dos de sus colegas fueron suspendidos de sus funciones por la Asamblea Legislativa para ser sometidos a un juicio de responsabilidades.
A Cusi y a las magistradas Soraida Chánez y Ligia Velásquez se les acusaba por delitos de resoluciones contrarias a la Constitución Política del Estado (CPE) y las leyes, prevaricato e incumplimiento de deberes por haber paralizado, de manera momentánea, la aplicación de la Ley del Notariado, por considerarla anticonstitucional.
—No hubo pruebas de que hayamos cometido un delito. Se trata de un juicio absolutamente político. No se han respetado ninguno de nuestros derechos y garantías.
Entre los temas que marcaron la distancia entre el Ejecutivo y Cusi estuvieron la consulta previa en el caso del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS) —Cusi fue el único disidente en el fallo de constitucionalidad de la consulta— y la reelección del presidente Morales, la cual fue enviada y declarada constitucional en el TCP tras la suspensión de las tres autoridades judiciales.
Por ello, a finales del año pasado, Cusi y Velásquez —quien renunció a su cargo por motivos de salud y depresión a causa del juicio— denunciaron al Gobierno ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de persecución política e injerencia en la justicia, además Cusi dio a conocer la vulneración a la privacidad de su salud.
Pero, debido al alto número de denuncias ante esta instancia, su caso quizás recién sea analizado el siguiente año. Entre tanto, Cusi está a la espera del avance de dos demandas que interpuso en el país contra el ministro Calvimontes. La primera, por la vía administrativa, ante el Colegio Médico de Santa Cruz y la segunda, judicial, ante el Tribunal de Justicia de La Paz. Pero las dos están paralizadas.
—Bueno una cosa es ser autoridad y otra es ser víctima de la justicia. Y ser víctima es terrible, hay veces ni siquiera coordinas bien tus ideas. Muchas veces decía, yo soy abogado no necesito uno, pero se necesita asesoramiento cuando se tiene problemas.
Activismo por la vida
Luego de que su enfermedad se hiciera pública y fuera alejado de sus funciones, don Gualberto pasaba las noches dando vueltas en su cama hasta las dos o tres de la madrugada sin conciliar el sueño. Ahora, que ocupa su día en la defensa de los derechos colectivos, duerme a las diez u once de la noche, aunque algunas veces se queda a escribir su texto de propuestas para la aplicación efectiva de la justicia indígena, el cual espera publicar una vez encuentre financiamiento.
La mañana que se lo entrevistó informó en dos encuentros sobre las consecuencias que tendrá el Centro de Investigación Nuclear en El Alto. En su intervención en la reunión de la Federación departamental Única de Mujeres campesinas Originarias de La Paz Bartolina Sisa, contraria al Gobierno, explicó, en aymara y español, cómo los residuos de la planta, financiada por Rusia, contaminarán el agua y la tierra de varias provincias paceñas.
Encara el trabajo de información sobre esta temática con la “Comunidad Vida”, grupo que creó con Emilse Éscobar, su amiga de más de una década, con quien se volvió a reencontrar hace unos meses. Juntos caminan por varios lugares de El Alto explicando el tema. Decidieron asumir esta labor como un juego y, así, divertirse mientras luchan por el respeto a los derechos comunes.
—Es muy fuerte y tiene mucha paciencia—, relata doña Emilse quien irradia alegría y compromiso con su amigo.
A diferencia de fines de 2014, cuando asumía su defensa en la Asamblea Legislativa, donde se lo veía en silla de ruedas, con suero y oxígeno, hoy don Gualberto tiene un mejor semblante, subió de peso y su salud está estable.
Se autodefine como amante de la vida y cree que después de haber afrontado problemas de salud, valora y goza a plenitud su vida. Ahora que superó su depresión y los momentos críticos de su enfermedad, disfruta del activismo y estar con la naturaleza en las cumbres, cerros y cerca del Lago Titicaca, lugares que le dieron fuerza en los momentos más difíciles.
—La vida es luchar, luchar y luchar… por la vida, por la felicidad, por el bienestar, en varios sentidos: superarse académicamente, estar comprometido con las causas comunes— concluye y con doña Emilse se van del restaurante para continuar con su labor.
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