Archivo del Blog

lunes, 16 de mayo de 2016

Trágica vida, trágica muerte, por Mónica Rodríguez

Todo comienza por unas ganas locas de querer ser una persona respetada entre los demás.


Tras vivir en una familia que sufría con constantes problemas de violencia  y hacer crecer la rabia que sentía contra su padre por las constantes agresiones que le causaba a su madre y, a medida que  crecía, también en contra de su persona.

Era el tercer hermano de cuatro, todos hombres, su madre era maltratada y muy humillada, motivo suficiente para pedir ayuda de familiares y escapar a Estados Unidos con sus cuatro hijos.

Fue difícil comenzar en un país nuevo y sobre todo uno en el que así como mostraba un desarrollo y un buen futuro económico también reflejaba una inseguridad y mucha violencia callejera.

El hecho de ser madre sola la llevó a tener que trabajar y dejar a los hijos bajo el cuidado de los parientes. Pero poco a poco fueron creciendo y las amistades de colegios, de barrios y de la calle en sí se hicieron más frecuentes, ella nunca imaginó que uno de sus hijos estaba siendo llevado por un mal camino.

En esa época la moda entre los adolescente era entrar en las pandillas de barrios, colegios y por donde uno andaba se encontraba con personas fácilmente identificadas por su forma de vestir. Sergio el tercero de los hijos fácilmente se adaptó a la nueva vida que le propusieron sin darse cuenta que no solo era una forma de vestir, de rapear (cantar y componer rapp) sino también se iba transformando en una forma de vivir.

A sus 14 años entró a un grupo pandillero quienes le enseñaron que tenía que robar para permanecer en el mismo, al poco tiempo ingresó a otro grupo, un grupo que nunca imaginó que lo dejaría marcado para toda la vida, la MARA SALVATRUCHA. La mayoría de los integrantes de esa Mara eran personas migrantes de El Salvador, que se encargaban de matar, consumir droga y ser personas a las que les gustaba romper normas de la sociedad.

Todos los miembros tenían que tatuarse el nombre de la pandilla acompañado del número 13, así empezaron los tatuajes en el cuerpo. Sergio siendo un adolescente no podía olvidar tanto sufrimiento por el cual pasaba su madre y en homenaje a ella  decidió tatuarse “una payasa llorando”. Con mucho orgullo contaba que era su madre que, pese a todo el dolor por el que pasó, mostraba ser feliz y estar mucho más tranquila.

Pasó el tiempo y la delincuencia se fue apropiando de Sergio, es por ello que llegó un momento que vio que tenía que cambiar, ya que le dolía el hecho de ver que sus hermanos seguían estudiando, mientras él prefirió las calles y adoptar las enseñanzas fuera del aula.

De ahí decide volver a su país de origen, donde se encontraba su padre con quien siempre añoró tener un vínculo más cercano. Sin más que pensar alzó vuelo y volvió a su país que lo vio nacer y nunca imaginó que lo vería morir.

Al pisar tierras bolivianas busca a su padre, triste fue su realidad cuando se enteró que él no quería saber nada de él por su comportamiento y tampoco quería que sea mala influencia dentro de su nueva familia. Decepcionado  del encuentro con su progenitor decide ir a vivir a su Llajta, ya que contaba con la casa en la que se crió antes de migrar a Estados Unidos.

No fue nada fácil encontrar nuevas amistades, porque hasta entonces, en Cochabamba, las pandillas eran muy sectoriales y en zonas específicas. No se escuchaba mucho de ellas y de esa forma fue muy fácil llegar a ser el líder de su grupo y formar una Mara, grupo en el cual se unieron muchos jóvenes de muy buena condición económica. Al principio, lo tomaron como un juego donde causaban pánico entre la genta al mostrar a su líder un Mara Salvatrucha.

Poco a poco fue creciendo ese concepto de pandillas y se fueron creando otras que trataban de hacer la guerra a los miembros del grupo de lucifer (así se lo conocía a Sergio). Se apropiaron de todos los boliches de la Zona Norte y sentaron presencia en cada fiesta o acontecimiento al que asistían, que muchas veces terminaba en peleas y enfrentamientos entre los asistentes propiciado por las pandillas.

Todo parecía perfecto, ya que se convirtió en su líder, causando pánico a unos y a otros respeto, pero faltaba algo importante, faltaba el amor de familia que no pudo tener ni en el Norte ni en su Llajta. Por eso, empieza a cambiar y frecuentar una familia que lo acoge sin discriminación alguna por el pasado que tenía. Ese amor y cariño que se le brinda era tan grande que luchó por tratar de cambiar, primero su forma de vestir, posteriormente buscando trabajo, pero los tatuajes que se le veían por más que se los trataba de ocultar delataban su pasado por lo que no pudo conseguir ningún trabajo estable.

Al poco tiempo vuelve a las calles y a reclutar a más jóvenes que iban a las fiestas nocturnas, hasta que un día nadie pensó que en El Prado cochabambino se iba producir una balacera propiciada por líderes de dos bandas, el Vikingo y el Lucifer. El, resultado fue la muerte de dos jóvenes que hacían fila para entrar a la discoteca La Pimienta, que se encontraba en el lugar.

La búsqueda del Lucifer, que era el principal sospechoso, fue ardua y la policía no descanso hasta dar con él. Fue una persecución exhaustiva hasta que lo atraparon y lo llevaron detenido a la cárcel.

El juicio y condena duro bastante hasta mandar a Lucifer a la cárcel de San Antonio donde también sentó presencia, convirtiéndose en el líder. Nuevamente hace el intento por cambiar y tratar de salir adelante,  ya que en el tiempo que se encontró  detenido tuvo dos hijas y con su pareja se dedicó a vender dentro de las celdas refrigerios a los presos. 

También, pudo ayudar a su padre, que nuevamente le negó ayuda moral yh solo colaboró con ayuda material. Así pasó el tiempo y fue triste para él perder a su papá, pese a la relación que tenían. Después de recibir su sentencia fue trasladado al penal de máxima seguridad de Cochabamba “”El Abra”. En ese lugar empezó una nueva relación marital y tuvo a su tercer hijo.

Su vida dentro de la cárcel fue difícil y dura, porque salir adelante tuvo nuevamente que liderar los bandos más delincuenciales dentro del penal y generar temor entre los demás internos.

Pese a amenazas sentadas dentro del recinto nunca lo cambiaron de cárcel, hasta el 14 de septiembre donde, después de una fiesta de la Virgen de Urcupiña, todo se transformó en la peor masacre que pudo existir y acabo con la vida de cuatro reos, que gobernaban en el penal.

Entre ellos estaba Sergio Arze “El Lucifer”, que murió de la manera más escalofriante. Al transmitirse la noticia muchas personas se alegraron de su trágica partida, las redes sociales y distintos medios de comunicación reflejaron y mostraron los cuerpos sin vida, un acto muy inhumano porque por más de ser los perores delincuentes de la época no merecían ser mostrados  con tanto sensacionalismo, informando datos irreales.

Después de dos años  dictaron sentencia a los que estaban a cargo del recinto, pero nadie pidió justicia por los muertos de la cárcel, nadie pidió que se respete los derechos de esas personas que tuvieron un trágico final.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario